En la
ciudad, que tiene dos antros por cada escuela, niƱos centroamericanos se
dedican a la prostituciĆ³n. Activistas afirman que el negocio se realiza a la
vista de policĆas municipales coludidos con mafias de tratantes, y nadie hace
nada
Jueves 22 de septiembre de 2011
TAPACHULA, CHIS. “Fernando” tiene
hijos, pero esa no es la razĆ³n por la cual acude al parque frecuentemente. De
hecho, va solo. Ćl, como muchos otros, conforma una fauna nocturna que deambula
entre las jardineras. Acecha. Va de cacerĆa hasta que encuentra a su presa: un
niƱo.
Sus pasos, que antes parecĆan
errĆ”ticos y azarosos, ahora tienen direcciĆ³n. Conserva el ritmo pausado hasta
llegar a “Emilio”. Se sienta a su lado. PodrĆan pasar por padre e hijo. “Fernando”,
de unos 50 aƱos, no lo mira a los ojos, voltea a su alrededor, se anima, le
habla. No sabe que el cazador es observado por una cƔmara y un grupo que vigila
de cerca al menor.
Un chiflido provoca que “Emilio”
se ponga de pie. El niƱo se aleja mientras “Fernando” se queda solo en la
banca, con expresiĆ³n consternada.
“Me ofrecĆa 150 pesos y me pagaba
las chelas si me iba con Ć©l. Le dije que primero me diera el dinero y luego
veĆamos. Pero no quiso. Me estuvo insiste e insiste”, cuenta el niƱo.
“¿QuĆ© mĆ”s te dijo?”. Titubea, la
pena lo enmudece por unos instantes. Finalmente prosigue: “Me pedĆa que le
tocara las chichis. Y luego me preguntaba si me podĆa tocar Ć©l a mĆ”. El niƱo
mira al piso, guarece su rostro bajo la sombra que da su raĆda gorra de
beisbol.
“Fernando” lucĆa ansioso, urgido
de pagar por sexo, deseoso de sentirse poderoso. En el parque habĆa, por lo
menos, otros cinco jĆ³venes ofreciendo sus servicios, pero ninguno con una
imagen tan infantil como “Emilio”, que a sus 14 aƱos aparenta tener 12.
AquĆ, en el Parque Central Miguel
Hidalgo de Tapachula, enmarcado por la antigua Iglesia de San AgustĆn y el
Palacio Municipal, apenas anochece y emergen figuras varoniles. Son siluetas
delgadas que se cruzan de piernas y voltean a su alrededor. Los cazadores estƔn
en una banca corrida que tiene la forma de una media luna. Es un pequeƱo
escenario en donde, de vez en vez, se presentan grupos musicales o eventos del
gobierno municipal.
Van a dar las 8:30 de la noche
cuando llegamos. Voy en compaƱĆa de “Gustavo” y “Emilio”, quienes viven en el
albergue Todo por Ellos, que es dirigido por RamĆ³n Verdugo, quien tambiĆ©n nos
acompaƱa.
Pocos minutos despuƩs de arribar,
“Gustavo” y “Emilio” se dan a la tarea de explicar los movimientos del parque,
que ante sus relatos y enseƱanzas se convierte, de repente, en otro lugar, uno
mĆ”s hostil, pese a las familias que aĆŗn pasean por ahĆ, y peligroso, al que
acuden niƱos de entre 10 y 17 aƱos, asĆ como adultos jĆ³venes que se empeƱan en
conservar su aspecto infantil para lucir mĆ”s apetecibles. La inmensa mayorĆa
son centroamericanos, y no vienen por recreaciĆ³n, sino para prostituirse.
Hay hombres, mujeres, jĆ³venes y
ancianos. Seguramente muchos de ellos tampoco identifican a los chavos que
ofrecen servicios sexuales ni a los pedĆ³filos que los acechan. Otros lo sabrĆ”n,
pero prefieren ignorar su existencia. Es como si se necesitara de un traductor
para poder identificarlos, pero una vez que se ubican su presencia se convierte
en evidencia del trƔfico y comercio sexual a la que se enfrentan los menores de
edad de esta ciudad fronteriza, puerta de entrada para los miles de
guatemaltecos, hondureƱos y salvadoreƱos, principalmente, que cada aƱo pasan
por aquĆ.
“Fernando” se levanta de la banca,
sin prisa, mete las manos a los bolsillos frontales de su pantalĆ³n caqui.
Regresa a la cacerĆa.
Un secreto a voces
“Karla” juega desde la calle, a
las afueras del Hotel Chiapas, con Manuelito, de dos aƱos, quien se asoma
semidesnudo por una ventana. Le recuerda a su hijo RaĆŗl, al que dejo en El
Salvador bajo el cuidado de su madre.
Ella y las otras, agolpadas en el
callejĆ³n al que da el Hotel Chiapas, entran, salen, se rĆen, mientras que los
clientes vienen y van. Son unas 10. La mayorĆa en sus veintes, pero otras, como
“Karla”, aĆŗn no alcanzan la mayorĆa de edad, la cual se esfuerzan tanto por
pretender con gruesas capas de maquillaje. Pero los rostros aniƱados y los
cuerpos aĆŗn en desarrollo las delatan.
La han invitado a trabajar a Las
Huacas, la zona de tolerancia de Tapachula, a las afueras de la ciudad, “pero,
¿para quĆ©?”, si en el Hotel Chiapas no estĆ” obligada a formarse cada semana
para revisiĆ³n mĆ©dica. “Ni tengo que sentarme a tomar con borrachos. AquĆ, si
tomo, tomo con mis amigas. A los clientes los despacho rĆ”pido y se van”.
Las Vegas, El Foco Rojo, Las Rosas
o La DoƱa son algunos de los bares y table dances de Las Huacas, espacio que
hasta hace un par de aƱos era rentable, pero que ahora luce desƩrtico. Las
mujeres que aĆŗn trabajan en ellos, se deshacen en piropos a los que por ahĆ
pasan: “Papi, ven a conocernos”, dicen repetidamente, sentadas en sillas de
plƔstico afuera de los antros.
En realidad, todo Tapachula es un
burdel tolerado por sus 320 mil pobladores, quienes han terminado por asimilar
los mil 552 bares que forman parte del ornamento urbano de este municipio que
tiene 642 escuelas de nivel bƔsico y medio superior. Dos antros por cada
escuela en una ciudad en la que prolifera el comercio sexual infantil no parece
una cifra para presumir.
AquĆ la prostituciĆ³n se consigue a
cualquier hora. Hay turnos diurnos (de 10 de la maƱana a ocho de la noche) y
nocturnos. Adentro de los antros se encuentran 21 mil centroamericanas, segĆŗn
estimaciones de la AsociaciĆ³n para la EliminaciĆ³n de la ProstituciĆ³n, PornografĆa,
Turismo y TrƔfico Sexual de NiƱas, NiƱos y Adolescentes de Guatemala (ECPAT).
Un cuarto en un hotel de paso
puede conseguirse por 30 pesos. En promedio, el servicio se cobra a 150 pesos.
Hay dĆas “buenos” en los que ““Karla”” atiende a 10 clientes. AquĆ, en dos
“buenos” dĆas obtiene lo que ganaba al mes como empleada de una tienda de ropa
en El Salvador.
En casi una hora que dura la
plĆ”tica con “Karla” y otras de sus compaƱeras, entraron y salieron al menos una
veintena de hombres, la mayorĆa menores de 30 aƱos, aunque, como dicen ellas:
“AquĆ hay de todo”. Cuando se les pregunta si entre sus clientes hay policĆas y
militares, surge un intercambio cĆ³mplice de miradas, luego ven al frente, como
hurgando en la memoria. Finalmente “Karla” responde: “Algunos son buenos, pero
ya borrachos no hay hombre bueno”.
Para Patricia Villamil, la ex
cĆ³nsul de Honduras en Chiapas que perdiĆ³ su puesto en junio pasado, ante
presiones del gobierno del estado por denunciar redes de trƔfico de menores en
las que estaban involucrados funcionarios del Instituto Nacional de MigraciĆ³n,
dijo en entrevista para EL UNIVERSAL: “En Chiapas la trata es un secreto a
voces, todo el mundo sabĆa y nadie querĆa hacer nada. Y a los pocos
funcionarios que quieren hacer algo bien, tanto en MĆ©xico como en Honduras, nos
levantan calumnias, denigrĆ”ndonos”.
Villamil asegura que en Chiapas
existe “una doble moral” en la que el gobierno estatal dice velar por los
derechos de los migrantes, al tiempo que, en los hechos, no hace nada por
frenar un delito que estĆ” a los ojos de todos.
“Karla” regresa a la ventana con
Manuelito para darle una paleta. A unos metros entran y salen hombres del Hotel
Chiapas. En una hora la caja registradora sonĆ³ 20 veces.
La zonita roja
Una camioneta de la policĆa
municipal recorre las calles de Huixtla, un poblado cercano a Tapachula, a
donde migraron los clientes que antes acudĆan a Las Huacas.
Es sĆ”bado, decenas de jĆ³venes
estĆ”n en los antros de esta pequeƱa “zona roja” de apenas 10 bares. Salen a la
calle para obtener algo de fresco, pero no sueltan sus bebidas. Se tambalean
sin derramar una gota de cerveza de sus vasos de plƔstico.
Las grandes ventanas abiertas de
los locales permiten ver a las menores de edad bailando y bebiendo con
muchachos que, en ocasiones, las jalonean.
“La policĆa aquĆ no entra”, dice
“Javier”, dueƱo de uno de los bares. Y tiene razĆ³n. En dos horas de visita al
lugar ni un patrullero bajĆ³ de su unidad para pedir alguna identificaciĆ³n.
“Lugar donde abundan las semillas”
es el significado del nombre de Huixtla, un pequeƱo municipio chiapaneco,
vecino de Tapachula. Sin embargo, en los Ćŗltimos aƱos tambiĆ©n podrĆa ser “lugar
donde abunda la trata de menores”.
Los clientes que acuden a Huixtla
no rebasan los 25 aƱos. Entre las chicas de los dos table del lugar se
encuentran menores de edad centroamericanas.
Tapachula es la principal puerta
de entrada de centroamericanos, muchos en trƔnsito hacia Estados Unidos, pero
muchos tambiĆ©n se quedan en territorio mexicano. “Son presa fĆ”cil para la trata
con fines de explotaciĆ³n sexual y laboral. Se les ofrecen trabajos bien
remunerados y una vez en MĆ©xico son forzados a prostituirse o trabajar jornadas
de al menos 12 horas”, dice RamĆ³n Verdugo SĆ”nchez, director del albergue Todo
por Ellos.
Nada por ellos
“Gustavo” tiene 15 aƱos, es
chiapaneco, aunque su acento parece mƔs centroamericano. No tiene acta de
nacimiento ni una credencial escolar que acredite su nacionalidad. Lo que sĆ
tiene es una madre alcohĆ³lica y ocho hermanos recogidos en un albergue y a
quienes no le permiten ver.
“Emilio”, de 14, es hondureƱo y se
especializa en hacer de la deportaciĆ³n su medio de viaje. “AsĆ no pago pasaje
cuando quiero ir a ver a mi familia; ya luego me regreso”, dice.
“Mampear es mayatear. Andar de
mampo es ser homosexual”, explica “Emilio”. “¿Y tĆŗ eres homosexual?”. “No”,
responde fulminante, quitando la sonrisa que hasta ese momento parecĆa
indeleble. “Emilio” no concibe su prostituciĆ³n con hombres como homosexualidad,
sino como una vĆa para subsanar sus carencias econĆ³micas.
Nunca le gustĆ³ la escuela y cree
que trabajar es “perder el tiempo”. Prefiere la calle y es alcohĆ³lico. Para
pagar su alcoholismo se prostituĆa. Ahora pasa las noches en el albergue de
Todo por Ellos y sabe que, aunque no le agrade, tendrĆ” que estudiar computaciĆ³n
e inglƩs. Son las condiciones que le puso el fundador del albergue.
“Gustavo” ha sido testigo del
comercio sexual que se gesta de manera solapada en esta ciudad fronteriza.
Mientras que trabajaba en un hotel, relata, vio llegar en decenas de ocasiones
a hombres adultos que le ofrecĆan propinas por ponerlos en contacto con
adolescentes “que sĆ se prostituĆan”. A decir de “Gustavo”, la mayorĆa de los
que “se ofrecen” lo hacen para sostener su drogadicciĆ³n, o cuando necesitan que
los inviten a comer o a beber.
Verdugo califica a Tapachula como
“un paraĆso para el comercio y la explotaciĆ³n sexual de menores, gracias a que
las autoridades, sobre todo las municipales, se encuentran coludidas con las
redes de trĆ”fico de personas”.
Pero a pesar del dinamismo del
comercio sexual de menores, la ProcuradurĆa General de la RepĆŗblica sĆ³lo ha
abierto 32 procesos penales por el delito de trata de personas.
0 comentarios:
Publicar un comentario